sábado, 5 de abril de 2014

Relato - Un bar (así soy)

Luis se encontraba frente al bar, pensando en qué decir al entrar. Hacía ya tres años que iba allí a comer, día tras día; sin embargo, aquella sería la última vez.

–¿Luis? ¿Qué haces ahí fuera? ¡Entra, hombre!

El dueño del bar, Simón, observaba a su cliente desde la barra, mientras colocaba los vasos en uno de los mostradores. Luis le respondió con una sonrisa sin alegría y se dirigió lentamente hacia él.

–Simón, tenemos que hablar –dijo–. Es sobre tu bar.

Simón, que además de regentar el establecimiento se dedicaba a preparar y servir las comidas, dejó lo que estaba haciendo y salió al encuentro de Luis. Se sentaron en una de las mesas, ambos con expresión sombría.

–Creo –continuó Luis– que ya te llevo diciendo hace tiempo lo que deberías hacer. Aun así, no me has querido hacer caso.

–Pero Luis –respondió el otro con rapidez–, si es por las patatas...

–No son solamente las patatas; es todo. El bar sigue tan oscuro como hace tres años, cuando vine por primera vez. No te habría costado mucho añadir alguna luz más, digo yo.

–Tienes razón, Luis –Simón bajó la cabeza–. Debería haberte hecho caso.

–¿Cuántas comidas te he pagado? Y todavía sigues haciendo los filetes a tu gusto, y no al mío. De las patatas ni hablemos. Ni siquiera has cambiado el vino, a pesar de mis múltiples quejas. ¿Cómo esperas que siga viniendo aquí?

Simón se levantó y, quizá por la mención, se sirvió una copa del famoso brebaje. Dio un trago antes de contestar.

–Dime una cosa: ¿por qué sigues viniendo aquí? –preguntó Simón–. No te gusta mi comida, mi vino, mi local... ¿Por qué regresas cada día?

–¿Por qué? Porque desde que te conocí me caíste bien. Porque pensé que cambiarías y seguirías mis consejos. Porque quería darte una oportunidad. He de reconocer que, por otra parte, tu café es de los mejores que he probado.

–Si es así, ¿por qué no te conformaste con venir a tomar café? –dijo Simón, dando un nuevo trago al líquido carmesí–. Igual nos habríamos visto, y no tendrías tantas recriminaciones que hacerme.

–¡Recapacita, Simón! –exclamó Luis– Si no viniera a comer todos los días, tu negocio se habría hundido hace tiempo. Tal como cocinas, nadie querría almorzar aquí.

Simón dejó la copa sobre la barra y regresó a la mesa.

–No digo que no tengas razón –admitió–, aunque, en cualquier caso, eso sería problema mío. Mira, Luis, si no te gusta cómo cocino, el vino que elijo, la iluminación que tengo puesta, no vengas más; pero no me exijas que cambie cómo es mi bar. Porque es mi bar, Luis. Y a lo mejor en un mes, en un año, tengo que cerrarlo, o quizá quemarlo. Pero es mi bar, Luis, es mi bar.

Luis se levantó de la mesa y, sin cruzar la mirada con Simón, dejó el lugar. Simón miró cómo se alejaba, mientras una tímida lágrima pareció querer salir de su ojo derecho, sin llegar a conseguirlo. Regresó de nuevo tras la barra, a seguir colocando los vasos. Antes de terminar de hacerlo, volvió a servirse una nueva copa de vino. De su vino.

En su bar.

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