martes, 24 de mayo de 2016

"Cabrones", los autores

Capítulo 6: LA HUIDA
(Ir al capítulo 5)

El habitual sonido del timbre despertó a la mayoría de los enfermos esa mañana, aunque ese no sería un día como todos los demás. Skinner y Estrada ya se encontraban en pie, expectantes; Camporro, por otra parte, seguía bajo el efecto de los fuertes calmantes que le administraban cada noche.
Si bien sus cuartos no se encontraban contiguos, habían ideado un revolucionario sistema de comunicación usando un par de cuerdas y unos cuantos envases de yogur. Mientras Skinner sostenía uno de los envases junto a su oreja, el opuesto se encontraba cerca de la boca de Estrada, que se dispuso a hablar.
—¿Cuándo comenzará todo? —preguntó.
—Pronto, cuando “El Búho” empiece con lo suyo. ¿Has contactado con Camporro? No consigo hablar con él.
—¿Para qué le necesitamos? —dijo Estrada—. Joder, después de la paliza que le dieron ya no es el mismo.
—Lo sé —admitió Skinner—, pero es imprescindible que vayamos los tres al NavaCon.
Al otro lado del improvisado teléfono, Estrada asintió como si se encontrase en la misma habitación que su interlocutor, el cual tomó su silencio como un consentimiento. Justo en ese instante se escuchó una voz en el pasillo, haciendo que ambos se acercasen hasta la puerta y observasen por la estrecha mirilla.
Allí estaba. Gritaba a pleno pulmón, nombrando uno a uno los libros que, según él pensaba, había leído y reseñado. Cada tres o cuatro títulos hacía un inciso para describir el contenido del texto, si bien en la mayoría de casos no guardaba ninguna relación con el argumento real, sino que toda la trama surgía de su mente trastornada.
—¡Novela merecedora del Pulitzer! —gritaba, tras nombrar las 50 Sombras. En ocasiones nombraba libros como El Quijote o Viaje al centro de la Tierra, recomendando asistir a las presentaciones que los autores estaban organizando.
A la vez que caminaba y gritaba, también se dedicaba a descorrer algunos cerrojos, permitiendo que los enfermos más agresivos salieran de sus cuartos. El celador que le había sacado a pasear —un recién llegado, como ya sabía Skinner— solo se llevaba las manos a la cabeza e intentaba cerrar las puertas que el otro iba abriendo, aunque en algunas ocasiones era ya tarde y su ocupante se hallaba en el pasillo. En cuanto escuchó el sonido del cerrojo, Estrada empujó con fuerza la puerta y se encontró frente a frente con el confundido celador.
—Oiga, tiene usted que… —Estrada sacó una pequeña vara de madera de su manga y golpeó al sorprendido trabajador, que no tardó en caer inconsciente al suelo. Tras ello, se encaminó hasta la puerta de Skinner y la abrió.
—Bien hecho —dijo Skinner, sin especificar si hablaba de su liberación o del noqueo al celador—. Vamos a por Camporro.
A pesar del alboroto, Camporro seguía acurrucado en su cama cuando llegaron, con el dedo pulgar de la mano derecha en la boca. Skinner se acercó a él y le propinó una fuerte patada en los riñones, que provocó el súbito despertar del otro.
—¿Qué…?
—¿Qué? ¡Que nos fugamos! ¡Venga, levanta! —exclamó Estrada. A Camporro aún se le veía aturdido y drogado.
—El camino hasta la lavandería debería estar despejado —dijo Skinner—. Desde allí podremos alcanzar la calle.
—No sé por qué no nos has contado el plan completo —se quejó Estrada—. Estoy deseando saber cómo lograremos escapar de aquí.
—Y lo verás, pero no podía arriesgarme a que os sacaran esa información mediante drogas. Vamos, aprovechemos antes de que los de seguridad aparezcan.
Cuando regresaron al pasillo, el caos había hecho acto de presencia. Los internos liberados habían liberado, a su vez, a otros, y los celadores que aparecieron al escuchar los primeros gritos ya habían sido reducidos. Seguridad aparecería en breve, así que no perdieron el tiempo en observar la escena en profundidad, sino que tomaron el pasillo de la derecha, abrieron la puerta de emergencia y empezaron a descender las escaleras que llevaban a la lavandería.
—Me duelen los riñones —dijo Camporro en un momento dado. Estrada sonrió sin decir nada y Skinner miró hacia la ventana de la lavandería, ignorando el comentario.
—Preparaos. —Skinner se agazapó tras una plancha industrial y movió el brazo indicando así al resto que se cubrieran también. En pocos segundos, una fuerte explosión hizo temblar el edificio. Tras la inicial nube de humo, pudieron ver que la ventana había desaparecido, al igual que media pared.
—¿Estáis esperando una invitación? —dijo una voz en el exterior—. ¡Corred, antes de que se den cuenta!
Estrada salió el primero, seguido de cerca por un confundido Camporro. Skinner se tomó su tiempo, echando un vistazo a su alrededor con mirada triunfante.
—¿Vienes o te quedas, Skinner? —dijo la voz.
—Voy, Anxo —respondió—. Buen trabajo, por cierto.
Los periódicos del día siguiente hablaron del motín en el Asilo Arkham, aunque sus nombres aparecieron como posibles víctimas, no como internos fugados. Así lo comprobaron mientras apuraban sus cafés en el Troismen.
—Perfecto —dijo Estrada—. Nos creen muertos.
—Pero, ¿no es peligroso que vayamos a ese NavaCon? —preguntó Camporro—. O sea, allí descubrirán que hemos huido, ¿no?
—¡Silencio! —gritó Skinner, golpeando la mesa—. Todo va según lo previsto, y estaremos el sábado 28 de mayo en el NavaCon dando una charla literaria y firmando libros; no hay más que hablar.
—He escuchado que las hermanas Azpiri estarán allí. —Estrada pareció sacar el tema para calmar los ánimos—. Y habrá torneos de Magic, Cosplay y cosas de esas. Me pregunto si se jugará también al Catán.
—¿Magic? —Camporro se olvidó de sus preocupaciones previas al escuchar esa palabra—. Vaya, pues me llevaré mis cartas.
Skinner no dijo nada más. Solo se frotó los ojos, se giró hacia el camarero y, chasqueando los dedos, pidió un Sol y sombra.

martes, 28 de octubre de 2014

Reseña - El Rey trasgo
La ciudadela y la montaña

La primera vez que vi a Alberto Morán Roa, el autor de esta saga, fue durante la presentación de Títeres de sangre, el segundo volumen de El Rey Trasgo. Evidentemente, no iba con intención de comprar ese libro (ya que no tenía el primero) y, lo admito, tampoco tenía mucha intención de comprar el primero. Aunque las novelas de fantasía fueron las que me empujaron a comenzar con la lectura, hace ya como tres décadas, lo cierto es que salvo raras excepciones, las últimas que había leído de ese género no me habían terminado de convencer.

Así que ahí me planté, en la librería Antonio Machado, sin ninguna intención de aumentar mi colección de libros por leer.

Resulta difícil conducir la presentación de una segunda parte, sobre todo de una saga, cuando parte del auditorio no ha leído la primera. ¿Sería capaz de lograr hablar de su libro sin destripar el primero?

No solo lo fue, sino que además la presentación estuvo amenizada con un amplio muestrario de ilustraciones de personajes. A esto hay que añadir que este autor tiene una forma de hablar que, me dije, necesitaba ver cómo se trasmitía al papel. Y, de esta forma, acabé con un ejemplar de La ciudadela y la montaña.
¿Qué encontramos entre sus páginas? Alternando capítulos, y con algunos saltos temporales (que no resultan complicados de seguir), Morán Roa nos habla por un lado de la Ciudadela, un baluarte volador poseído por tres naciones, con el suficiente poder destructivo como para acabar con el reino de Kara, que está conquistando y asolando la región. Una roca flotante que, eventualmente, generará una lucha de poder por su control.

En los capítulos de la Montaña, por otra parte, seguiremos los pasos de Tobías. El descubrimiento de un diario le llevará a ser consciente de la existencia de unos trasgos en los cercanos Picos Negros, mostrando también al lector la existencia de quien será probablemente el personaje más importante de toda la saga, el Rey Trasgo: la mano que ha puesto en marcha diversos acontecimientos decisivos para el futuro de toda la humanidad.

Con una prosa muy cuidada, una trama cuya intensidad va aumentando progresivamente mientras avanza la historia y unos protagonistas bien definidos (en especial Kaelan, en la Ciudadela), El Rey Trasgo – La ciudadela y la montaña es un libro que no defraudará a los lectores de novela fantástica. Por mi parte, yo estoy deseando ponerle las manos encima a Títeres de sangre para ver si el autor es capaz de mantener el interés que ha generado con el primer libro.

Os dejo AQUÍ el enlace a la versión digital del libro (también lo encontraréis en papel a través de Amazon, además de en vuestra librería habitual).

Por último, os pongo la sinopsis del libro, que es ciertamente intrigante.



Han pasado ocho años desde que el imperio de Kara desapareció, convertido en polvo añil por un poder que escapa a toda comprensión.

La Ciudadela, silenciosa guardiana de la paz gobernada por tres naciones, vigila los reinos del hombre navegando los cielos.

En un pueblo del frío norte, dos amigos descubrirán un libro vinculado a un enigma del ayer y a un hombre entre la vida y la muerte.

Nacido de la pluma de un poeta, les descubrirá los secretos que moran en las montañas a través de una historia en la que conservar la vida vale más que conservar la humanidad.

El mundo apura sus últimos latidos...

Y en la cima de los Picos Negros, contemplando el paso del tiempo entre delirantes pensamientos, el Rey Trasgo aguarda el momento de construir sus sueños a partir de sus cenizas.



miércoles, 20 de agosto de 2014

Relato - Por un calcetín

Sergio cerró la puerta tras de sí. El trabajo estaba hecho, y ya solo quedaba una tarea más por realizar: encontrar el maldito calcetín rojo. No iba a ser sencillo, teniendo en cuenta que ese color era el predominante en toda la casa.

Al menos, después de que él llegara.

Estiró la pierna izquierda para esquivar una de las múltiples manchas de sangre y consiguió por fin alcanzar la pared opuesta sin pringarse los zapatos. Ni rastro en la sala de ese calcetín, aunque le pareció ver una pila de ropa amontonada en el cuarto cercano. La habitación de la esposa. Con un par de largas zancadas se situó junto a la puerta y echó un somero vistazo al interior.

Su mirada se detuvo un par de segundos sobre el cuerpo inerte de la mujer, antes de continuar vagando por el lugar. A los pies de la cama se hallaba un pequeño cesto que había pasado desapercibido para él cuando entró por primera vez. Tampoco era extraño que no prestara atención; sus prioridades en aquel instante eran otras.

Los últimos pasos fueron más descuidados, lo que propició que sus —hasta ahora impolutos— zapatos recibieran dos o tres pequeñas salpicaduras de sangre. Ignorándolo, comenzó a buscar entre las prendas amontonadas hasta que, varios minutos después, logró sacar de allí su premio.

El calcetín rojo.

Era un calcetín pequeño, con una pequeña estrella blanca en un lateral. Un objeto que no veía desde hacía varios meses… Concretamente, desde que su hija desapareció. Verlo allí, amontonado junto a Dios sabe cuánta otra ropa perteneciente a innumerables víctimas más, era la prueba definitiva que necesitaba. Por suerte o por desgracia, no se había equivocado de casa.

Ahora, gracias a lo que acababa de hacer, esos degenerados no volverían a dañar a nadie más. Nunca.


(Lee más o participa: http://www.goodreads.com/topic/show/1374288-ejercicio-de-escritura-01-el-calcet-n-rojo?order=a&page=3#comment_104220949)