Apoya el revólver contra su sien. Me mira, y creo que el
gesto en su rostro refleja una burla hacia mí. El dedo en el gatillo, los ojos
muy abiertos, una gota de sudor por la frente.
Hay un sonido metálico, pero no se escucha ninguna
detonación.
Ahora sí; sin duda, sonríe. Deja el arma sobre la mesa,
junto al dinero. Es mucho dinero. Suficiente para solucionar todos mis problemas
económicos.
Escucho la respiración de los espectadores, que parecían llevar
minutos sin soltar el aire, expectantes. En breve volverán a aguantar la
respiración. Es mi turno.
Sin dudar, agarro el revólver y hago el mismo gesto que mi oponente.
Le miro con superioridad, con burla. Coloco mi dedo en el gatillo. Abro mucho
los ojos. Noto cómo una gota de sudor corre por mi frente.
Pienso en mis probabilidades: cuatro contra una. El dedo se está
volviendo más y más rígido, y mi voluntad cada vez menos. Pero no debo
flaquear. No puedo hacerlo.
Aprieto los dientes. No tengo más que apretar el gatillo. Solamente escuchar el seco sonido metálico una vez más. No
va a pasar nada. Pronto todo ese dinero será mío.
Sonrío pensando en ello mientras realizo el ritual que me convertirá
en un hombre rico.
E, increíblemente, pierdo.
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