jueves, 21 de noviembre de 2013

Diez minutos - Relato

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La muerte solía llegar de forma imprevista; ya no. No para los que observábamos el cielo, viendo cómo aquella gigantesca roca se abalanzaba contra el planeta.
¿Qué harías si el mundo fuese a acabar? Piénsalo rápido. En diez minutos habrá sucedido.
Seguro que imaginar a miles de personas corriendo sin rumbo por las calles. Asaltando comercios, tal vez, o robando coches de lujo. Creo que eso sería mejor que la terrible realidad.
Miro a mi izquierda: junto a mí, mirando hacia arriba, se encuentra una pareja con sus dos hijos. Uno de ellos tan pequeño que no se percata de lo que está a punto de suceder. «Eso es suerte», pienso por un momento, aunque desecho ese pensamiento casi al instante.
A mi derecha, por otra parte, se ve a un nutrido grupo de personas, que no parecen tener ninguna relación entre ellos. Todos absortos ante el espectáculo. Todos incapaces de dar consuelo, o de recibirlo.
Cinco minutos.
Una ráfaga de calor nos envuelve durante unos segundos. Pienso que es el fin, pero aún no; como viene, se va. Escucho, a mi izquierda, el llanto de uno de los pequeños. No quiero saber cuál.
Cojo de nuevo el móvil e intento realizar una llamada, la última llamada. Por supuesto, resulta imposible; las líneas siguen colapsadas. Sin guardarlo, me giro en dirección a una voz, a mi derecha. Entre el grupo de desconocidos hay una chica, de no más de veinte años, que parece estar rezando en un idioma que desconozco. Siento la tentación de acercarme, de intentar que se sienta mejor.
No lo hago.
Dos minutos. O puede que uno.
Dejo caer el móvil al suelo, mientras noto cómo mis extremidades pierden fuerza. Regresa el calor, más fuerte y para quedarse. El niño ha dejado de llorar, la chica ha dejado de rezar. Sólo se escucha… el silencio.
No quiero mirar. ¡No quiero! Pero lo hago.
Es horrendo. La piel se desprende de ellos (de mí), como papel húmedo. Aun así, no parece que sufran.
Hasta que comienzan los gritos.
¿Estoy gritando también yo? No lo sé; tan solo quiero que todo acabe. Ya no siento calor, ni dolor, y los gritos se alejan cada vez más.
¿Qué harías si el mundo fuese a acabar?
Esperar, llorar, rezar, gritar…
Y, finalmente, descansar.


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